UNA OFRENDA DE CORAZÓN por Daniel Alonso
(Basado en el ejercicio bíblico de “La viuda joven”)
Hubo una vez quien estuvo en contra de las inmoralidades (robos, homicidios, adulterios, codicias, perversidades, fraudes y desenfreno) que existían en Palestina. Por esos tiempos, los jefes religiosos–políticos eran quienes desasistían al pueblo y lo arrojaban a la pobreza, la impotencia y la desesperanza. En lugar de ser pastores, eran ladrones y bandidos asalariados. Hubo una vez alguien que escuchó los clamores de estos marginados y optó por ellos, aun a costa de su vida… Ese fue mi maestro.
El pueblo judío estaba sometido al poder romano, que a su vez ejercía su dominio a través de su procurador. Las autoridades exigían tributos personales y territoriales para el César y aportes en especie para el mantenimiento de sus tropas.
En ese escenario me dirigía a las clases que daba mi maestro en la gran ermita. Esa cálida tarde, mientras caminaba por las calles llenas de mercaderes y de ofertas de toda índole, vi entrar también al templo a una joven madre, acompañada de su pequeño hijo. Mientras buscaba a mis amigos, pude escucharlos:
Madre e hijo ⬅️Escúchalos tu también.
─Ven, acércate, hijo, entremos juntos al templo. ¿Sabes? Tiempo atrás ─le recordó con visible nostalgia─, hice la promesa de volver. Todavía siento el brazo de tu padre apoyado en mi hombro, pidiéndole a Dios por la gracia de un hijo.
─¡Es enorme, mamá! ─Impresionado por la majestuosa construcción, no reparó en las lágrimas de su emocionada madre, que se inclinó para hacer una reverencia─. Mira esas figuras y esos hombres con ropas finas: han dejado una fortuna en el arca ─observó el pequeño.
De pronto, como una denuncia profética, el grito de uno de los sacerdotes anunció pomposamente: "Se ha cumplido el plazo; ya llega el reinado de Dios. Enmiéndense y tengan fe en esta buena noticia”.
Hijo⬅️Escúchalo tu también.
El niño iba mirando maravillado hacia ambos lados mientras seguía a su madre. La mujer tomó sus únicas dos monedas y las echó al arca. El pequeño la miró muy sorprendido y le recriminó: "¡Madre, has ofrendado nuestras únicas monedas!¿Qué haremos ahora? ¿Por qué lo has hecho? No somos ricos como mucha gente que ha venido aquí, ni tampoco tenemos la educación de otros que he visto. Solo nos tenemos a nosotros.
El niño se mostró gravemente ofendido. Se alejó a una corta distancia, quizás para que sus lágrimas no fueran vistas. Parecía sofocado de tristeza. A tan solo unos pasos, me reuní con mi grupo de amigos, quienes estaban de pie oyendo a mi maestro. Encontrándose el pequeño casualmente detrás de él, intuí que escuchó su comentario:
“Les aseguro que fue rica para con Dios. Aunque sin gran educación, una vida llena de penas y de poca importancia para la sociedad, tenía algo de mucho más valor que el dinero y las cosas perecederas de esta vida: ¡tenía fe! Por lo tanto, confiaba en que Dios no la iba a olvidar. Aunque llevara una vida dura y difícil, no dudó en ningún momento de ofrendar sus dos únicas monedas. Estaba haciendo tesoros en el cielo; tenía riquezas espirituales de gozo y de esperanza. De cierto les digo que esta humilde viuda dio más que todos los ricos. Porque todos ellos dieron de lo que les sobraba; pero ella, que es tan pobre, dio todo lo que tenía para vivir".
El rostro del pequeño se iluminó como si un intenso rayo de luz penetrara en su mente. En sus gestos se vio su ira aniquilada. Comprendió que hablaban de su madre. Regresó corriendo hacia ella y, aun con menos capital que un par de monedas, la abrazó fuerte… Le había entregado su corazón.
"El cielo y la Tierra dejarán de existir, pero mis palabras permanecerán para siempre. Dijo mi maestro".
(Mateo 24:35 )
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